‘Ex Post is a Latin phrase that means after the event, and it relates to the influence that the news about the pandemic, the confinement and the revolt, had on me.’
—Paloma Castillo
Bordando Paradojas
La producción artística de Paloma Castillo emerge desde un deseo sistemático de expresar lo paradójico como clave interpretativa de su obra. De hecho, en los márgenes disciplinarios del arte su producción discute su propio lugar de emergencia; ya no solo será denominada producción artística sino también obra textil o simplemente bordados, como un conjunto informe de telas y tejidos, en abierta confrontación con los cánones estéticos más conservadores del arte. Sin caer en la militancia vanguardista, los bordados de Castillo interpelan el rigor institucional del arte, incluso del más progresista, desde el lugar asignado a lo minoritario y marginal que supone la producción textil, fuera de toda consagración académica y legitimidad museística. No obstante, el deseo de lo paradójico en la obra de Castillo se enfrenta tanto con el campo hegemónico del arte como con el lugar socialmente asignado que identifica a lo popular con lo superfluo y lo banal; rehúye su propia autodesignación como obra de arte y, a la vez, como obra de corte popular. Primera paradoja, que desestabiliza la posición del observador de la obra. ¿Cuál es el lugar legítimo de los bordados de Paloma Castillo, una sala de exposiciones, una galería o la privacidad del hogar? La respuesta abre el tradicional debate sobre el carácter ornamental de cierta producción artística, pero no clausura la discusión apelando al goce estético del bordado. Antes bien, el trabajo de Paloma Castillo evita tanto la ingenuidad sentimental del arte popular como la sofisticada reflexión del arte culto. En cambio, en Castillo lo ornamental ya no solo permanece en la representación objetual del cuadro, sino que se desplaza a la materialidad de la obra, al lenguaje que codifica el objeto bordado, trastocando la materia textil, la aguja, la lana, en los elementos ingenuos del arte culto y posibilitando una sofisticada reflexión sobre lo popular en el arte. Es, así, una paradoja que destruye el quiasmo que asimila lo fácil a lo popular y lo complejo a lo culto, reinventando al lenguaje como materia de representación y al objeto bordado como medio de expresión.
En la evidencia textil del bordado, Paloma Castillo ampara la contradicción como operación estética, desplazando el sentido literal de los objetos que urde, más allá de toda lectura convencional que restrinja la precariedad interpretativa de sus figuras. Por qué no asumir, entonces, que Castillo busca una superación del realismo en la tradición del bordado, como si este arte, arrinconado en el cuchitril de lo femenino, no pudiera conceptualizarse con el aparato teórico del atelier masculino. La obra de Castillo no implica solo el tránsito del óleo al hilo de algodón y del pincel a la aguja, de la pincelada a la puntada, sino en verdad supone una revuelta técnica que desorganiza las pautas de producción artística, tramando desórdenes textuales y paradojas de lectura. El bordado se vuelve también contra sí mismo, como contrabordado que cuestiona la utilidad de una plancha o un enchufe de lana, o el valor estético de una naturaleza muerta compuesta por una calavera, un pan y una honda. La representación de lo doméstico, de lo popular, de lo femenino, se altera en su ingreso a la obra bordada porque su lenguaje de enunciación distorsiona la objetividad representada. Un fuego que no quema, retratos sin identidad, hojas de afeitar que no cortan, ojos que no ven y corazones que no sienten, han hecho del espacio de lo doméstico el emplazamiento de la alteridad, provocando también un extrañamiento de lo cotidiano.
Paradojas sin solución, pero que tampoco pretenden resolverse mediante fórmulas artísticas o conjuros matemáticos, pues el trabajo de Paloma Castillo insiste en afirmar el lugar inestable de la duda irresoluta, de la inutilidad de un cuchillo de algodón. Así, el vaso bordado no apela al folclore de lo cotidiano, sino que constituye, más bien, la puesta en escena de un código cuya función consiste en alterar sus sentidos, un gesto expresivo altamente especializado, un código que intensifica la tensión entre la funcionalidad del objeto (¿para qué puede servir un vaso de algodón?) y su materialidad lingüística, su lenguaje algodonero. Paradojas de la representación.
En su conjunto, los bordados de Paloma Castillo nos animan a revertir la tarea del espectador y sus hábitos de observación, desarmando la lógica de toda lectura secuencial y razonada, de toda jerarquía que sistematice los signos de la obra vista. En la aparente ingenuidad del bordado, la producción artística de Castillo nos anima a la tarea de observar con la alegría fácil del trabajo textil, con la simplicidad llana de la aguja y el hilo, como si la vida fuera coser y cantar, según un viejo refrán. Pero el complejo entramado, la textura insólita y el trazo inusitado nos conmueven profundamente hasta provocarnos la incertidumbre de la paradoja, la conmoción irracional de las preguntas sin respuestas.
Esta exposición, Ex Post (después del hecho), reafirma la incomodidad del espectador frente a la producción artística de Paloma Castillo, que nos interpela con urgencia a fin de desordenar y desajustar nuestra ya gastada rutina de mirar y comprender el arte.
José Salomon Gebhard, académico y escritor.
Noviembre de 2020.