"En las pinturas de González Lohse se mezclan también pequeños dramas personales de individuos perdidos en la naturaleza y el paisaje. Esa desolación a la que se enfrentan estos personajes con los que nos podemos identificar nos remiten a la pintura romántica europea y a esos escenarios de naturaleza sublime en la que los protagonistas se presentan frente la inmensidad."
Daniel Silvo, director de Galería Nueva
La Tierra cuando fluye
«Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra».
—Génesis 12:1-3.
Así habló Yahveh a sus descendientes; la tierra prometida tenía no sólo una configuración de limitaciones físicas (el Néguev y junto a la costa del mar, a la tierra del cananeo y al Líbano) sino que además era parte de una idealización de la libertad de todo un pueblo perseguido, la carga de una herencia de esperanzas al pueblo judío en tiempos faraónicos, sometidos al dolor y a la muerte.
No hay esperanza sin una descendencia que pueda labrar la tierra nuevamente, crecer, estar, ser.
Algo se esconde ahí en La Tierra Prometida de Coco González Lohse. Algo que sostiene literalmente el paisaje cual palabra divina incluida, además, como protagonista inmersa en el entorno.
La Tierra Prometida es una nueva entrega de estas observaciones, que oscilan entre el minimalismo del objeto (son cuadros de 15 x 20 cm) y la magnitud espacial de lo que se pinta; es decir, el paisaje en su holística dimensión se traba ante el ojo del espectador abriendo el campo a la necesaria perplejidad del territorio vulnerado que es Chile, el país con las esquinas rotas con vista al mar o esa cornisa permanente y fatal de donde colgamos todas y todos.
Coco González es un observador único, métrico, sutil, sensible devorador de esquinas sinuosas y rincones que no dicen nada aparente pero que, al ser tocadas por su ojo inquieto, cobran una vida nueva, como haciéndole el quite al desmayo de la memoria.
Busquilla de piezas olvidadas en el tiempo y juguetes oxidados, que son como las cabecitas de los fósforos de Los Andes o las marcas que dejó ese pop de los ochenta, del cual es un leal y digno representante, depositario además de lo que se quedó por decir o lo que se dijo hasta el hartazgo en aquellos años y los venideros.
Hay un sonido del silencio en la obra de Coco, algo que nos hace entrar en los túneles propios, oscuros, como metáforas de nuestros territorios repartidos que están bastante lejos de lo que vemos.
Ese silencio de campos del hielo sur o el desierto-desierto, los temibles vientos patagónicos o que se encuentran silbando fuerte entre los Andes, las mareas interminables gigantes del estrecho de Magallanes, o los edificios que son como hoyos negros emplazados en nuestras pequeñas ciudades incomprensibles y llenas de sentido común.
Si hay algo que cruza la pintura de muchxs pintores de la generación de Coco es la oscuridad, ese negro betún con viridián, carmín y azul de Prusia que aprieta o inunda la forma que intenta ser liberada. No es azaroso este punto y tampoco es un detalle menor; así como los pintores románticos franceses de fines del siglo XVIII, la humedad, la niebla, la oscuridad que reinaba ponía una tensión de inesperada vergüenza humana en cada obra, en el caso de muchos de las y los pintorxs chilenxs de los ochenta, es también una manera de sucumbir al vacío o al reconocimiento del existir, tal vez con esa cuota tan necesaria de romanticismo épico y precario a la vez.
En esta nueva obra de Coco se nos viene todo aquello nuevamente con una tensión notable y de una alta concentración poética de un silencio que busca gritar desde esos rincones que pocos ven o habitan. Hay algo que se esconde en nuestra historia, que se devela aquí, desde lo oscuro invisible de ese realismo-sur del sur del mundo, algo que se complejiza con la palabra que aparece ahí: Ética, Virus, Raza, Pena, Olvido, Caduco, Duda. ¿Qué son esas palabras? ¿Lo que es? ¿Lo que falta? ¿Lo que subyuga, lo que libera?
¿Qué son las palabras sino fusiles en la sien de los autómatas? Y más aún, ¿que son esas palabras en las derivas de nuestros territorios vacíos de muchedumbre que sólo están vivos porque están vírgenes de nosotros mismos?
Aquí La Tierra Prometida que nos propone Coco González Lohse adquiere la magnitud que trasciende el momentum; nos llega en pequeño formato, como lágrimas o como portadas de un libro pequeño en donde se escriben nuestras vidas, las pasadas, las presentes, las que vendrán.
Guillermo Grebe, artista.
Mayo 2021
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