Sonata | Wladymir Bernechea: Texto Curatorial | Jaime Cuevas

10 - 31 Agosto 2022

“El espacio sería al lugar lo que se vuelve la palabra cuando es hablada, es decir, cuando está atrapada en la ambigüedad de una ejecución, mudada en un término que implica múltiples convenciones, presentada como el acto de un presente (o de un tiempo) y modificada por las transformaciones debidas a vecindades sucesivas…”.[1]

Maurice Merleau-Ponty.

 

Continuando con la investigación pictórica y búsqueda de sentido presentada en su última exposición (Lovesong, abril 2021), Wladymir Bernechea nos muestra sujetos etéreos, cuerpos trastocados y paisajes imposibles. Insistiendo en el uso de la pintura como productor de símbolos y metáforas, las obras presentadas en Sonata interpelan al espectador reactivando aquello intrínseco a su propia producción: construcción de sentido y de experiencia. Justamente esta posibilidad que nos entrega la pintura en cuanto género artístico, exige la presencialidad de su percepción (por su condición técnica, material y de manufactura), es decir, como objeto testimonial en un doble sentido. Por un lado, como testimonio de la propia subjetividad y devenir del artista –por ende posible de ser datado e historizado–  y, por el otro, susceptible de ser narrado por quien lo atestigua. Este ejercicio no sólo manifiesta al artista y su propio lugar de enunciación, también pone en cuestión la exigencia de completud de la propia obra en la medida que ésta no acaba en el espectador sino que implica tanto un momento de apertura como de imposibilidad. La problemática por el sentido y la expectativa de significado interactúan como una promesa que no es posible de saldar. 

 

Sobre Lovesong se ha destacado su manejo magistral de la técnica pictórica como medio (mancha, empaste y coloración), así como también la presencia de motivos recurrentes expresados en poses, estructuras, formas y sujetos en lugares imposibles. Para el caso de Sonata, se podría decir que da un paso más allá: no sólo es el tránsito entre personajes y momentos, es la conformación de un lugar en el mundo que merece ser habitado. Los cuerpos geométricos intervienen la figuración humana y el paisaje, un diálogo silencioso entre aquellos que viven en el espacio que dominan. Estar fuera del tiempo demanda estar situados en el espacio. La reinvención del paisaje nos permite imaginar un sistema completo de coexistencia no sólo por los propios personajes aquí presentes, sino que también por su propia materialidad. Luz, sombra, grises y blancos conviven con la pasta, las estructuras y formas geométricas de individuos sin rostro. La carencia de asunto no implica un silencio en expresión. 

 

Por definición, el retrato pictórico nos permite atestiguar la identidad e individualidad de una persona, imaginar su mundo interior y el propio vínculo entre este y el artista. La intención del retrato es suprimida por la metáfora melancólica de la identidad, reemplazada por formas y volúmenes corporales. Por el contrario, por más que se quiera estar tentado, lo que vemos aquí no son retratos de identidades particulares, es la propia autopercepción y subjetividad del artista. Ante la pregunta sobre la relación de los sujetos entre sí y los otros, la corporalidad del ser emerge como un problema. En este sentido, tal como nos indica el antropólogo David Le Breton: “el cuerpo [es] el recinto del sujeto, el lugar de su límite y de su libertad, el objeto privilegiado de una configuración y de una voluntad de dominio, pero también el lugar de una soledad”.[2] Si el cuerpo es el recinto del sujeto, las representaciones visuales lo son de la imaginación.

 

La individualidad y la melancolía son un problema latente en esta exposición. Parafraseando al antropólogo Marc Augé: la experiencia combinada del lugar que habitamos y de aquel que ya no es más él, constituyen una experiencia particular de una forma de soledad. Esta toma de posición como un asunto de la sobremodernidad, implica la experiencia de contemplación ante el paisaje que se promete contemplar y que no se puede no contemplar, generando así una actitud de placer donde la soledad se expresa como exceso o vaciamiento de individualidad, donde el sólo movimiento de las imágenes deja entrever borrosamente a aquel que las mira desaparecer.

 

Sonata nos invita a recordar una de las cualidades más características de la pintura: como el momento en que materia y expresión confluyen como mecanismo de percepción y autopercepción sobre nosotros mismos.

 

Jaime Cuevas, investigador.
Agosto 2022.

 



[1] Merleau-Ponty, M. (1993). Fenomenología de la Percepción (p. 174). Barcelona: Planeta-DeAgostini.

[2] Le Breton, D. (2002). Antropología del Cuerpo y Modernidad (p. 254). Buenos Aires: Nueva Visión.