Lo que solía ver por mi ventana
Hay momentos donde surge la pregunta: ¿alguna vez me olvidaré de todas las cosas?
Hay paisajes y personas que recordamos casi fotográficamente; sus rasgos, sus grietas, cicatrices y el mundo que compartimos. Sin embargo, muchas veces el tiempo pasa y las imágenes se vuelven borrosas, más cercanas a un espejismo que a la realidad. Ahí es cuando nos quedamos con lo que sentimos por sobre el recuerdo: un punto donde las expresiones de nuestra memoria se vuelven sutiles y pausadas, o rápidas y agresivas. Pueden ser recuerdos que quisiéramos que estén con nosotros para siempre… o que no existiesen.
En esta lógica, hay imágenes que parecen no venir de ningún lugar, rostros que no tienen particularidad y solo son individuos, a su vez que hay espacios que no dan cuenta de ninguna geografía específica –parecen ser todas las personas y todos los lugares al mismo tiempo, un espejo de nosotros, nuestros anhelos y melancolías–. Todo elemento en estas pinturas es terreno de lo extraño, de lo que no encaja. Cuando encontramos un sentido en la representación, hay una disonancia (ya sea del acto de tapar lo creado o colocar algo que no obedece a la lógica de narración), haciendo a estas pinturas más cercanas a una idea de «composición» desde la más pura formalidad hasta la emocionalidad.
En Lo que solía ver por mi ventana, todas las obras obedecen a una inclinación visual hacia la simpleza y la generalización de las formas; mientras menos factores, más estable es la imagen. A pesar de esto, las obras se complican, se borran, se re-hacen y terminan siendo extrañas (al igual que las personas). Se presentan como entes que no tienen ningún otro lugar donde existir más allá que en los márgenes de estas obras: este es su habitad y es el único momento en que viven. De cierta manera, estas piezas se resisten a ser olvidadas y desean ser una marca: como esos recuerdos que ya no son fotográficos, sino que emociones de ese momento que no dejan de permanecer.
Wladymir Bernechea, artista.
Abril 2024.
