Tengo la costumbre de recolectar cosas que encuentro en el suelo: boletas, tornillos, monedas, insectos… En mi colección de restos mantengo una caja plástica en donde, durante los últimos años, he acumulado polvo y otras pequeñeces que las pelusas no han soltado.
Sus orígenes son diversos: provienen de mi propia habitación, de lugares de otros, de talleres por los que he pasado y de espacios en los que he expuesto. Los he acumulado en la misma caja sin ningún orden, pues todos comparten más o menos las mismas cualidades: una composición indescifrable y un turbulento color grisáceo.
Una vez escuché a otro artista afirmar que Santiago es la capital del polvo y, aunque nunca he vivido por mucho tiempo en otro lugar, estoy totalmente de acuerdo. En mi departamento en el centro, basta con dejar las ventanas abiertas por un día para que una fina capa de polvo cubra todas las superficies, como un velo tenue que marca el paso del tiempo, con una levedad que incluso complica la posibilidad de referirse a ella.
Marcel Duchamp almacenó durante mucho tiempo su obra inconclusa El gran vidrio en una bodega, y fue allí donde Man Ray tomó la famosa fotografía Criaderos de polvo. En ella, la capa de pelusas sobre el vidrio parece un paisaje en sí mismo y la imagen pierde toda escala, asemejándose a una toma aérea de los cultivos que vemos cuando el avión está por aterrizar.
Man Ray fue el primero en popularizar la técnica del fotograma – o rayograma – entre los artistas de la época. El método es simple: se disponen objetos sobre papel fotográfico, se enciende la luz y luego se revela el papel. Los resultados también son simples: muestran las formas de los objetos a través de sus contornos en blanco y negro, luz y sombra.
No tengo muy claro por qué decidí recolectar polvo, ni tampoco estoy muy interesado en su procedencia. Sin embargo, hay ideas que han persistido en el tiempo. Mi práctica se basa en gran medida en observar el suelo; con la mirada gacha recorro los lugares que habito y trato de entenderlos desde ahí. El suelo es el primer y último lugar, pues proporciona estabilidad y seguridad a toda materia. Creo que con el polvo ocurre algo similar, como hemos escuchado miles de veces: “Polvo eres y en polvo te convertirás”, “Somos polvo de estrellas”, o “El tiempo convierte todo en polvo.
El polvo representa lo que no deseamos ver y que, sin embargo, no podemos dejar de producir. Estoy recolectando una sustancia que suele ser considerada periférica, una vida que difícilmente queda registrada, vida que empaña pero que es sustancial a cualquier asentamiento humano, porque somos grandes productores de polvo y nuestro aporte al ecosistema es aspirarlo.
Clarice Lispector dijo: “Limpiar el polvo no es una actividad mundana, sino un acto filosófico. Éste regresará siempre, sin importar cuán a menudo lo limpies. El polvo es eterno”.
Quiero pensar en estas imágenes de polvo como si fueran las de un paisaje íntimo. Una sustancia hecha de todo pero que no se parece a nada… Algo parecido a lo que nos pasa cuando vemos nuestro propio reflejo en las puertas del Metro, en el ojo de un perro o en una cuchara. Cuando el espejo se llena de polvo, soy yo quien se transforma en eso – en polvo –, ya que solo puedo verlo cuando mi imagen llena el vacío.
¡Atención! Hasta la más tenue aguja puede transformar al espejo en la simple imagen de una aguja.
Pedro Albertini, artista.
Junio 2024.