Claudia Paine · Michelle Hostolaza · Quin France
POSTESCUELA, Modelos de lo propio y lo ajeno
Si nos remontamos a las primeras academias de pintura y oficios hacia finales del S. XVIII en Chile, podemos observar que aún se sostiene como método para instruir a un estudiante de Arte Visuales, algo de esa condición histórica: representar la realidad por medio de distintas técnicas y disciplinas. Incluso la versión más desmaterializada, propia de las segundas vanguardias del S. XX, en la que se asume el arte ya no como un objeto que se hace, sino como un modo por el cual se hace la vida, no ha sido capaz de explicarse o constituirse como un método, sino es por medio del ejercicio de comprender los mecanismos de la representación, para luego negarlos. En el aula local, su ejercicio es aún una especie de ritual, antes de avanzar a las prácticas más experimentales que nos ofrece el arte contemporáneo; ritual que tiene como centro a ese bodegón o cuerpo desnudo que el estudiante debe imitar por medio de la materia: un modelo.
Si reconocemos la presencia de un modelo, podemos observar también la paradoja que esta palabra envuelve. Cuando este se trabaja desde afuera se convierte en ese patrón a seguir, en un paradigma ejemplar que debemos copiar fielmente para lograr la excelencia; pero al mismo tiempo, el modelo declinado a la acción, al interior de la materia, nos sugiere la posibilidad de modelar, es decir, de moldear una nueva forma y dar así lugar a algo no preexistente.
Desde las prácticas del arte contemporáneo, la palabra creación se opone a la palabra representación puesto que representar el mundo como tal, implica abandonar toda posibilidad de imaginar un mundo otro. Crear en cambio, vendría a ser inventar uno o muchos mundos. Sin embargo, el modelo parece necesario para imaginar eso que aún no existe, para engendrar una imagen a partir de un código compartido, pues es la modificación de su uso, lo que abrirá una pequeña ranura por la cual lo representado deja de coincidir con la realidad y viceversa. Dice Sara Ahmed, que cuando algo cumple su función deja de verse y que cuando esta misma cosa pierde su función o es usado para un fin imprevisto o se rompe, puede recién entonces aparecer en nuestras conciencias y, que por tanto, "una rotura puede ser la forma en que algo se revela".[1] En cierta medida esto es lo que hace el arte contemporáneo, revelar lo que está en el interior de la materia, rompiendo su utilidad, extrañando la mirada, desmantelando el uso del modelo como figura, para hacer aparecer el fondo en el que se inscribe: la posibilidad o imposibilidad de un mundo.
La exhibición Postescuela: modelos de lo propio y lo ajeno reúne el trabajo de Claudia Paine, Quin France y Michelle Hostolaza, que no solo comparten un origen formativo en común, sino también, responden, en resistencia o con cierta nostalgia, a aquellos arquetipos que debemos des-modelar para volverlos a mirar, para emancipar su representación normativa: la educación, la familia y la sexualidad. A veces más cercanos, a veces más distantes entre sí, funcionan como un diagrama cuyas zonas de contacto no están necesariamente en materiales, procedimientos, ni tipologías visuales, sino en la rotura que cada artista problematiza al disponer estos arquetipos como formas propias o imposiciones ajenas.
Claudia Paine, construye a partir de técnicas manuales y materiales propios de la etapa escolar básica chilena, un cuestionamiento a la institucionalidad, desde su experiencia estudiando artes visuales y los modelos educativos. En la iteración del gesto fútil y tedioso de hacer bolitas de papel, revela la ironía de la instrucción parvularia que hace colorear, por el margen, símbolos patrios y emblemas de poder. ¿Qué tan nuestro nos resulta el territorio y la identidad chilena cuando se instruyen como verdades incuestionables? Paine, invierte la lógica representacional de la patria oficial: fuerza, valor, honor, identidad, igualdad, etc. para devolvernos a la vida real, con sus melancolías, sutilezas, quiebres e imposibilidades. Aquellos símbolos que se introducen como propios y transversales, son en realidad ajenos, así como también la tarea escolar puede ser un ejercicio absurdo y alienante. Sin embargo, en las manos de la artista que, presionan sin fin estos papelitos, el margen se desdibuja y el tiempo transcurre liberado de todo sentido de utilidad.
Quin France se compone de una propuesta, por un lado objetual, donde articula escenas homoeróticas tensionadas con el imaginario masculino de la guerra. Figuras de juguete, construidas industrialmente para representar sujetos bélicos, son manipuladas para hacer de sus cuerpos formas escultóricas de intercambios sexuales. Por otro lado, en los dibujos textiles en los que aparecen también distintas posturas sexuales, solitarias y en grupo, esta vez con un ánimo de juego, humor y celebración, las figuras rehúsan el modelo patriarcal, son en cambio, formas fálicas hechas con telas blandas e hilo de bordar sobre fondos de plástico suspendidos, que a su vez, se transforman en una exploración personal develada con total transparencia, como si lo propio de un otro nunca pudiera considerarse algo ajeno a uno mismo.
Michelle Hostolaza, por otra parte, nos presenta una serie de pinturas en las que podemos reconocer una narrativa relacionada con la memoria y el olvido. La imagen fotográfica es traducida a la pintura, no para ser representada, ni imitada, sino para hacer aparecer el fondo borroso y residual del recuerdo a través del gesto pictórico deslavado, encarnando la sensación inquietante de escenas de infancia, haciendo uso de saturaciones y tonalidades cromáticas provenientes de fotografías análogas obtenidas del álbum familiar y su archivo personal. Este modelo fotográfico, utilizado para atesorar los hitos de la vida compartida se ha vuelto un objeto arqueológico, el resabio de un mundo que ha dejado de existir. A su vez, algunos de los soportes de las pinturas son recogidos de la calle, fragmentos y retazos de muebles que han caído en desuso. La memoria, los muebles, la fotografía, la infancia, se mueven en un limbo entre lo propio y lo ajeno, entre lo desposeído del recuerdo y la propia historia, son el ejercicio obsesivo de revelar sobre la superficie, el registro de un universo familiar atenuado y desgastado a través de imágenes cargadas de la nostalgia de la infancia.
Isabel Croxatto Galería exhibe en esta oportunidad los trabajos de tres artistas que egresaron en enero de 2024 de la Escuela de Arte de la Universidad Diego Portales. La muestra no nos propone nuevos modelos con el ánimo positivista de esas primeras academias de pintura, sino que da lugar a la creación que se mueve en el lugar de la imposibilidad, en tareas introspectivas y manuales que se sumergen en un mundo incierto o que nos ofrecen la forma para adentrarnos al fondo, lo que Jean-Luc Nancy, define cuando dice que "el arte nos hace ir por el fondo y, en ese sentido, el naufragio está allí asegurado".[2]
Camila Ramírez, artista y académica
Bernardita Croxatto, artista y académica
Escuela de Arte UDP