El Límite de la Luz | Elías Santis: Texto Curatorial | César Gabler

2 - 26 Agosto 2023

Bienvenidos al Vacío

 

Las pinturas de Elías Santis me resultan desconcertantes. Su mezcla estilística me recuerda una particular suma de cosas: un verismo que debe tanto a los pintores primitivos del renacimiento como a la fotografía; un contexto surreal cercano al realismo mágico, los cadáveres exquisitos o las ambiciosas composiciones de Guillermo Pérez Villalta o los escenarios de Max Gómez Canle. Ejemplos todos que comparte con nuestro artista una dosis de excentricidad, ajena al cálculo. La paleta de Santis –además– se alimenta lo mismo del reposado naturalismo de sus fuentes más arcaicas que del expresionismo de comienzos de siglo. Tierras, sienas y amarillos contrastan, se diluyen o confunden con rojos, magentas y un azul que adquiere estatuto de personaje.

 

Santis mancha la tela y el papel con fines cromáticos y lúdicos, como lo hacía de niño adivinando formas ocultas en los contornos de las nubes –bajas, densas– de su natal Buenos Aires. El artista genera un campo cromático desde el cual surgen las formas. El proceso guarda, cómo no, reminiscencias con la pintura automática, pero el proceso no pretende ser una transcripción ni pura, ni inmediata de los procesos del inconsciente, si en cambio, un disparador de experiencias –muy personales, muy sensibles– a través del color y de las sugerencias de la mancha. El procedimiento, lejos de ser un simple recurso inventivo, que enlaza con la tradición de Da Vinci o Víctor Hugo, es una forma de conectar con su propia psiquis. Test de colores y manchas, artesanal y autoinducido, que determina por lo demás, la armonía cromática de la obra. Color, psiquismo y espiritualidad. 

 

Estas obras de Santis, en unos tiempos signados por artes políticas con vocación de catequesis, son arriesgadas por la extrema singularidad de su agenda: lo que vemos aparece como un homenaje sincero a los afectos, al cobijo de la vida familiar, a las comunidades de amigos. Un optimismo privado que puede ocultar, discretamente, las actuales formas de convivencia. Si la tranquilidad en la que parecen habitar los personajes, si su capacidad de entregarse a un ocio placentero parece solo habitar en una colorida fantasmagoría, estaríamos ante una pura ensoñación. Así, la imagen de un padre con su hijo, que nos recuerda al Oscar Bony de La Familia Obrera, aparece situada en un lugar que puede ser el del recuerdo o de la fantasía, parece claro –sea una u otra opción– que ese mundo signado por conocimientos inscritos en el dominio sensible de las relacione afectivos es una utopía o una posibilidad ya extinta.

 

Su propuesta colorida, juguetona a ratos, está lejos de encarnar un hedonismo posmoderno o el pasatiempo ilustrado y banal de las múltiples referencias; por el contrario, fiel a un puñado de convicciones –que descansan en una muy personal mitología, un credo propio–, el artista articula su imaginario como si se tratara de un conjunto de relatos, de parábolas cuyo fin fuera ilustrar un camino espiritual. Ese fue el propósito de Klee o Kandinsky, de Tamayo o Remedios Varo.

 

Sí, Santis es un creyente, pero de una fe heterodoxa y privada. Estas obras no lo son, no pretenden transformarse en verdad revelada. Pero son las formas en que construye una lectura de los modos en que se piensa a sí mismo las que le permiten armar el guión de su trabajo. Lo que fue normal a comienzos del s. XX, la teosofía de Mondrian, de Hilma af Klint, e incluso el mazdaquismo, de Johannes Itten, hoy nos parecen extraños. Discursos que no encajan con las pautas perfectamente envasadas del arte contemporáneo. Entre aquellos artistas de principios de siglo, como también en los nuestros: Torres García, Xul Solar, Tarsila do Amaral, los cánones de la racionalidad occidental fueron cuestionados, negados, fusionados. Más allá de cuan pertinentes puedan parecernos hoy aquellas ideas, su importancia estuvo en la capacidad de empujar a los artistas a confines impensables sin la presencia o el auxilio de ellas.

 

Sin instalarse desde una filosofía o convicción formalizada, Santis da cuenta de su interés por el I-Ching y la luz como fenómenos físicos y espirituales. Desde ahí, y a partir de una relación intuitiva con sus recursos pictóricos, el artista construye una obra que convierte sus interrogantes existenciales y hasta escatológicas, en intrigantes paisajes mentales.

 

César Gabler, artista y curador.
Agosto 2023.