Inauguración 7 De Enero | Sala de Arte CCU, Santiago
Estás dentro de un mundo sensible. Y de una exposición de exposiciones.
Con la cáscara de plátano en la cabeza. Entre los trabajos que ha realizado Carolina Muñoz en los últimos dos años, están los resultantes de sus paseos por el mercado de La Vega, donde, entre las verduras, las frutas y la venta de paraguas en días de lluvia, cohabita un buen surtido de personajes pintorescos, sin posibilidad de venta o de arriendo. Muñoz los observa, los estudia, y los memoriza, pero algo sucede en el camino entre el mercado y su taller. Algo sensible. Los curiosos figurantes, tras el alojamiento temporal en el interior del cerebro de la artista, se transforman en arte: una especie de dibujo animado pervertido, que no se decide entre la belleza y la fealdad, que duda entre la tensión psicológica y la comedia física. Algunas escenas recordadas, al ser volcadas en forma de pintura, pasan a un segundo hogar: la sala de arte “Centro de Expresiones”, un espacio neutro en el que los protagonistas se muestran como esculturas vivas. Aquí pierden su humanidad, o todo lo contrario: hay tanta que se multiplica, se repite, se irradia, se detona.
Los pobladores de la Vega viajaron junto con Carolina Muñoz a su estancia como residente en el International Studio & Curatorial Program (ISCP) de Nueva York. Allí (en Estados Unidos y en la mente de la creadora) se juntarían con los seres que pululan en la serie “Abstract Behavior” (Comportamiento abstracto), inspirados por grabaciones callejeras de los adictos al fentanilo, droga que está causando una epidemia global. Un problema “sensible”. Los cuerpos sin piloto de los drogodependientes tienen, es verdad, un comportamiento abstracto: sus extremidades responden confusas a los mensajes cruzados que quizás sean de euforia, desolación, aturdimiento o de placidez. Los cortocircuitos mentales provocados por esa sustancia devienen en pasmos y arrebatos físicos, gestos y movimientos desconectados, posturas tan insólitas que son dignas de ser exhibidos en vitrinas o sobre plintos. Ella, y nosotros, nos preguntamos lo mismo: ¿Qué ven?, pero, sobre todo, ¿Qué sienten? ¿Sentirán, por ejemplo, los colores? ¿Los amarillos, rojos, rosas, o azules que atraviesan, emborronan, brotan de, sustituyen a sus cabezas? ¿Los puntos, chorreos, líneas, manchas que los rodean?
Cuando todos los sentidos se enfocan en uno, el tacto, la ciudad se convierte en un bosque de pies y brazos. Los cuerpos se descomponen, se recomponen, se retuercen, pierden sus atributos, pierden su sentido por culpa -o gracias a - un exceso de sensibilidad.
Los nuevos trabajos hechos tras el regreso de Nueva York a Chile relatan una fascinación por el artista outsider Henry Darger. Las niñas de los cuadros de Darger abandonan ese imaginario para ser adoptadas por los nuevos mundos de tonos pastel de Muñoz, lugares en los que escucharán a las flores susurrar secretos, o estrujarán nubes para hacer llover otro tipo de realidad, o al menos la realidad que ellas sienten. Sabemos que es una realidad confusa, como también lo es su género o sus inclinaciones sexuales. Vemos juegos entre tiernos y depravados, entre grotescos e inocentes. Y movimientos que se repiten, se repiten, se repiten, quizás buscando esa confirmación -esto está pasando- a través de la insistencia.
Porque una cosa es la realidad, y otra, lo que sientes que es la realidad. Date la vuelta, mira hacia atrás, a ese espacio central que transparenta los cuerpos de los otros espectadores. Luego mírate a ti: tus manos, tus pies. Ahora cierra los ojos. Toca tu cara, palpa tu brazo derecho, inclínate, túmbate, acaricia tu pierna. ¿Qué sientes?
Juan José Santos, crítico y curador
Enero 2025