MIRAR DESDE FRENTE | JOAQUÍN REYES

23 Abril - 24 Mayo 2025

El título de la exposición responde a dos aspectos fundamentales de mi práctica. En primer lugar, alude al procedimiento físico desde el cual enfrento la pintura: siempre trabajo de frente al lienzo, con el brazo a noventa grados respecto a mi cuerpo, sin desviar la vista del plano sobre el que intervengo. En segundo lugar, refiere a la construcción misma de las imágenes, donde los cuerpos, objetos y elementos representados también son vistos desde el frente. Esta frontalidad anula toda diagonal y punto de fuga, lo cual es esencial en mi trabajo, ya que sitúa la pintura en una lógica cèzariana (en referencia a Paul Cézanne), donde el espacio no se construye en profundidad, sino desde la superficie. - Joaquín Reyes

Ritos Públicos, Misterios Privados

 

El misterio parece instalado en la obra de Joaquín Reyes. Solitarios, en grupos o en pequeñas multitudes los seres que pinta el artista actúan rituales casi incomprensibles. Lo cotidiano, cuando aparece, como “En mis primeros dibujos” evita el naturalismo, en favor de un tratamiento que privilegia relaciones formales antes que narrativas. Invariablemente ese apego al color y la forma, por sobre a la coherencia de un relato -el que sea- genera un efecto de extrañamiento que es común en la obra reciente del pintor. Vemos personajes reunidos, pero es inusual que interactúen directamente entre sí, parecen compartir una suerte de mutismo colectivo, y sus cuerpos, parecen unos capullos decorados con tramas o patrones geométricos. Los brazos -ocultos o ausentes-los sumen en una reconcentrada inacción. Son tanto personajes, como animitas; espíritus o personas. No parece tan casual entonces que algunos parezcan levitar entre la multitud o que un grupo se reúna junto a un muerto, mientras un hombre sin rostro sostiene un garrote.

 

Los personajes saturan el espacio y sus cuerpos dejan ver -en ocasiones- restos de pinturas anteriores. Es como si el artista produjera un palimpsesto instantáneo, generando a través del proceso pictórico, capas y capas de imágenes -y finalmente historias- que nutren la superficie y las relaciones que sugiere cada escena. Podrían ser los fragmentos de una novela experimental y psicológica, de esas que ocurren, solo en la cabeza de los narradores, antes que en el mundo real. Mas Beckett que García Márquez, aunque parezcan anecdóticas o engañosamente realistas y mágicas.

 

En su poética, Reyes pareciera conjugar, por un lado, la irreverencia plástica y el desenfado de los expresionistas de todas las generaciones, y, por otra, el rigor analítico de los minimalistas. Y es que un conjunto de reglas y restricciones autoimpuestas, son las que configuran las escenas que observamos. Como Sol Lewitt planificando sus dibujos murales, pero aquí con personajes y escenarios. Un teatro cuyas reglas no las impone el dramaturgo y si el escenógrafo. Lejos de la narrativa tan comúnmente citada por artistas de su generación y más jóvenes, él parece preocupado por el proceso. Sin embargo, su resultado y su práctica artística no está asociada, como comúnmente ocurre con quienes invocan lo procesual,  a imágenes abstractas. No hay aquí ni acopios de elementos repetidos, ni ausencia de figuración. Al contrario, hay personajes, escenas inquietantes y colores. Pero también ciertos elementos que están ahí para incorporar un tinte específico o una forma que la necesidad impone. Y también hay repeticiones, en la forma de geometrías o patrones, que obedecen a una voluntad abstracta. Todo parece -al final-un pretexto para una pintura que entrega un resultado narrativo desconcertante. Quizás por las propias condiciones de su producción.

 

A veces, en esas reuniones que tanto gusta pintar a Reyes, se cruza un personaje que levita y corta la composición. Aquello puede tratarse de un extraño ceremonial mágico, una aparición producida por la voluntad de los convocados bajo el influjo de una poderosa atracción magnética. Imposible saberlo. Pero también, y me inclino a pensar que es lo más probable, es la simple disposición de un elemento horizontal en una composición vertical, que de pronto el artista se ve empujado a romper. La narrativa entonces surge como el producto de necesidades plásticas. Esto no es nuevo. Los artistas, desde que se inició la pintura en Occidente, organizaron sus composiciones, guiados por el mismo afán, aunque tuvieran que representar los sufrimientos del Cristo crucificado o los fragores de una batalla gloriosa. Sin embargo, en el caso de Reyes, que va descubriendo los relatos que surgen de sus trabajos a medida que los pinta y a partir de la interacción de los distintos estratos que surgen, esto es sin duda más evidente, más radical. Pinta cosas que sabe de antemano quedarán borradas, parcialmente al menos. Se genera provocaciones que lo empujan a actuar en unas direcciones que nunca puede predecir, pero que sin embargo, sabe necesarias. Se fabrica un destino, si queremos abusar de los términos.

 

Pero tal vez su trabajo -sin querer- ilustre el destino inevitable del sujeto en la sociedad. Y es que al final, de un modo u otro, nuestros destinos parecen condicionados casi siempre por un conjunto de reglas, restricciones o patrones que estamos obligados a padecer. Podemos rebelarnos, patalear en público o en privado, o al contrario, hacerlas nuestras con la más sincera convicción. Lo que no podemos, sin embargo, es renunciar a ellas. La lista de imperativos variará según nuestras convicciones personales y políticas, pero es un hecho que la vida social, en cualquiera de sus escalas y dimensiones nos invita a compartir un conjunto de mandatos. Reyes, con las plantillas plásticas con las que dibuja sus rostros, con los patrones que aplica sobre los cuerpos de unos personajes que parecen seres en estado larvario, quizás está pintando eso. Tal vez por eso sus personajes parecen casi siempre silentes, casi siempre resignados. El ritual que representan, con música ahogada y misteriosa armonía, es el de una vida cuyo sentido podemos descubrir mientras los observamos.

 

César Gabler, Artista visual

Abril, 2025